Noah no había regresado a su
pueblo desde hacía unos siete meses y ahora, con la Semana Santa de por medio,
podía aprovechar la ocasión y retornar al lugar de nacimiento de sus abuelos.
Mientras iba conduciendo por la carretera atravesando el atardecer, pensaba en
sus asuntos del día a día: su familia, sus recados, su perra, la
universidad...
Noah había nacido en el seno
de una familia humilde y trabajadora. A pesar de su origen pueblerino, su
familia había logrado ahorrar el suficiente capital para poderse permitir
ciertas comodidades. Él vivía en una ciudad cercana a la capital con sus
abuelos, su hermano mayor y su perra. Sus padres murieron en un accidente de
avión cuando él era un bebé. Mientras iba rememorando de todas las cosas que
había hecho la semana anterior y de las que las tenía que preparar y realizar
para la posterior observaba el rubio y dorado paisaje que bañaba su tierra, de
la cual, a pesar de no haber nacido allí, se sentía parte de ella.
El chaval de diecinueve años
cambió la dirección del vehículo para dirigirse a un desvío el cual daba a otra
carretera mucho menos transitada y mucho más descuidada que le llevaría a la
población que se escondía entre los bosques, campos y montañas. La calzada
comenzaba a descender en altitud para adentrarse en el escarpado valle que
abrazaba al pueblo. Mientras conducía el todoterreno negro de sus abuelos tuvo
que hacer una breve parada para no atropellar a una pareja de cervatillos que
bebía agua en una charca.
Siguió avanzando entre el
bosque mientras observaba en repetidas ocasiones los árboles por si podía
distinguir a través de la maleza algún simpático animalillo más. En uno de los
vistazos de repente todo se tambaleó en el coche y por un momento perdió el
control del vehículo, pero logró recuperarlo y quedar estacionado en mitad de
la carretera en forma transversal. Noah, se tapó la cara espantado al pensar
que había atropellado a algún corzo de una forma brutal por el sonido del
golpe. En poco tiempo, aunque eterno para él, consiguió serenidad y echó un
vistazo hacia la derecha del coche observando a lo que había atropellado. No…
No podía ser… Noah abrió la boca conmocionado y comenzó a llorar, ¡había
atropellado a una persona! El muchacho, siempre tan prudente, se vistió con el chaleco
reflectante y tomó uno de los triángulos de señalización para avisar a alguien
que circulase por la carretera. Primero fue hacia donde el cuerpo estaba
tendido. De reojo miró el frontal de su coche y lo vio con manchas de sangre.
Temiéndose lo peor se apuró más en llegar al accidentado. Allí se arrodilló
ante él y lo volteó para verle la cara y reconocerle. ¡Era Henri, uno de los
jóvenes del pueblo! Tendría alrededor de treinta y pocos y era hijo de uno de
los más influyentes. El joven se quedó paralizado por la gravedad de la
situación y se lamentó por la familia del pobre chico y después pensó en lo que
pasaría con él, pues ahora se había convertido en un asesino. ¿Qué sería de él?
¿Iría a la cárcel? ¿Sería desterrado de su propio pueblo? ¿Qué debía hacer?
En aquel lugar no había
cobertura para el teléfono móvil y no podía dejar el cuerpo allí. Meditó con
rapidez y decidió que lo mejor sería montarlo en el coche y llegar a la ciudad
principal de aquella provincia para acudir al hospital y que lo atendiesen,
aunque no mostraba ningún signo vital y la capital quedaba a una hora en coche.
Alzó al muchacho para llevarlo al vehículo, pero de repente comenzó a pesar
demasiado y se dio cuenta de que el atropellado se estaba abalanzando sobre él.
Noah cayó al suelo bajo aquella fiera que parecía persona y veía como quería
lanzarle bocados al cuerpo. El joven lo mantenía sobre él, distante para que no
le hiciese daño alguno. Desesperado por la situación el chico consiguió agarrar
uno de los triángulos de emergencia que había dejado al lado de donde había
estado tendido el cuerpo y golpeó a Henri en la cabeza con ello intentando
dejarlo inconsciente hasta que comenzó a sangrar y a se debilitó su ataque.
Finalmente quedó inerte sobre él y Noah se desprendió del cuerpo dejándolo de
nuevo en la carretera. El joven corrió de nuevo hacia el coche y se montó en
él, arrancándolo y maniobrando poniendo dirección al pueblo para estar a salvo
de lo que fuese que hubiera ocurrido. Mientras se alejaba miraba por el espejo
retrovisor interior el yacido cuerpo del hombre o lo que fuese.
Tras perderlo de vista se
miró a sí mismo y se limpió la sangre de la cara y las lágrimas con la manga de
la cazadora. Siguió conduciendo y descendiendo por el valle hasta llegar a una
extensa vega. Antes de volver a bajar
otra cuesta se topó con un grupo de gente que parecía estar emigrando debido a
la gran cantidad de provisiones que llevaban. Noah se dio cuenta de que eran
sus vecinos de la pequeña aldea y frenó el ritmo de la marcha. Todos se
detuvieron alrededor del coche y el joven bajó la ventanilla.
—¿A dónde vais? — Preguntó
al aire esperando una respuesta de cualquiera de ellos.
—¡No vayas al pueblo! ¡Está infestado! ¡Una enfermedad! — Gritó una de las mujeres.
—¡Tranquilízate, María! — Le ordenó un señor mayor del grupo. — No sabemos lo que está pasando, la gente se está volviendo loca y no atiende a razones y parece que esa locura es contagiosa. Unos pocos hemos salido del pueblo, otros pocos sanos se han quedado allí negándose a abandonarlo y haciendo frente a los contagiados. Son como inmortales, sólo se les puede matar destrozando su cabeza. Ahora vamos a un campamento temporal un poco más arriba donde nos esperan con coches para marchar lejos de aquí. Deberías marcharte si quieres sobrevivir...
—¡No vayas al pueblo! ¡Está infestado! ¡Una enfermedad! — Gritó una de las mujeres.
—¡Tranquilízate, María! — Le ordenó un señor mayor del grupo. — No sabemos lo que está pasando, la gente se está volviendo loca y no atiende a razones y parece que esa locura es contagiosa. Unos pocos hemos salido del pueblo, otros pocos sanos se han quedado allí negándose a abandonarlo y haciendo frente a los contagiados. Son como inmortales, sólo se les puede matar destrozando su cabeza. Ahora vamos a un campamento temporal un poco más arriba donde nos esperan con coches para marchar lejos de aquí. Deberías marcharte si quieres sobrevivir...
—¡Noah! — Interrumpió una mujer al
anciano. Era la madre de dos amigas del muchacho a las cuales conocía desde la
infancia y eran grandes amigos. — ¡Mis hijas aún siguen en el pueblo, se han
negado a abandonarlo por ayudar! ¡Me obligaron a marchar para estar a
salvo!¡Por favor tienes que ir y traerlas! ¡Te lo suplico! — Le rogó la mujer
al joven.
—¡Apartaos! — Ordenó Noah tras pensar unos instantes. La gente se hizo a los lados de la carretera y el chico aceleró poniendo rumbo al pueblo. En su cabeza había debatido entre desentenderse del tema o meterse de lleno. Si se metía de lleno sabía que no iba a parar hasta dar con el meollo del asunto. Por un momento pensó en dar marcha atrás pero pensó en acelerar sin que le diese tiempo a reflexionar sobre lo que iba a hacer y fue así cómo tomó la decisión, quién sabe si precipitada, acertada o errónea.
—¡Apartaos! — Ordenó Noah tras pensar unos instantes. La gente se hizo a los lados de la carretera y el chico aceleró poniendo rumbo al pueblo. En su cabeza había debatido entre desentenderse del tema o meterse de lleno. Si se metía de lleno sabía que no iba a parar hasta dar con el meollo del asunto. Por un momento pensó en dar marcha atrás pero pensó en acelerar sin que le diese tiempo a reflexionar sobre lo que iba a hacer y fue así cómo tomó la decisión, quién sabe si precipitada, acertada o errónea.
Al llegar al cartel que
indicaba el comienzo civil de la pedanía redujo la velocidad considerablemente
y estacionó. Bajó del coche y cerró los seguros. Subió una cuesta de tierra la
cual daba a una era en donde su abuelo tenía una cochera donde había almacenado
todo tipo de herramientas, utensilios y recuerdos. Noah tuvo que hacer un poco
de fuerza para conseguir abrir la puerta metálica que daba paso a la estancia.
Todo estaba en penumbra, un par de rayos de sol que penetraban por los
ventanucos atravesando el polvo en suspensión permitían una visión clara aunque
no conseguía romper de todo la oscuridad. Allí pudo localizar la escopeta de
perdigones sobre un banco de trabajo, la cual usaba su abuelo para cazar
pequeños animales en sus años de juventud. Sacó las llaves de su casa que
incluía una linternita como llavero, la cual prendió y después abrió la
escopeta para comprobar si estaba cargada. Suspiró al ver que no tenía ningún
perdigón y enfocó con el haz de luz al armario revestido de chapa que había en
la pared norte de la cochera. Lo abrió y buscó con la mirada la pequeña y
redonda caja donde se encontraría la munición. Movió un par de cajas y allí
encontró el recipiente. De repente se escuchó un disparo que venía de algún
lugar del pueblo o sus cercanías. Esto hizo que a Noah se le resbalase de las
manos el recipiente dejándose escuchar un pequeño estruendo metálico y esparciéndose
gran parte de los perdigones por el suelo. Pensó que por lo menos había alguien
con vida en la zona, de momento, y se agachó para recoger la munición que le
fuese visible en aquel cuarto oscuro. De repente escuchó unas pisadas y se
detuvo en su labor poniendo más atención al sonido. Se escuchaban pasos lentos
que cada vez se apreciaban más cercanos y el joven agarró el arma de fuego. Por
la puerta apareció una persona que caminaba bastante raro y emitía unos sonidos
y gemidos muy extraños, estaba claro que eso ya no era humano porque tenía el
mismo aspecto que Henri. El chico intentó abrir la escopeta pero se había
atascado. El ser se abalanzó con gran ansia hacia donde él se encontraba y
afortunadamente pudo esquivarlo haciendo que se estampase contra el banco de
trabajo. El joven miró a su alrededor algo que le pudiese servir para
defenderse y en una pared vio colgado un rastrillo, así que se aproximó
velozmente hacia él, lo cogió y al darse la vuelta, lo que quiera que fuese
eso, ya se encontraba en disposición de atacar y volvió a lanzarse sobre él.
Noah con un acto reflejo situó el rastrillo delante de él y por fortuna la
herramienta de campo se clavó en el ser por la parte de debajo de la mandíbula
atravesándole la cabeza de abajo a arriba. El chico cerró los ojos para no ver
la escena violenta y por el desagradable sonido que hizo cuando el metal entró
por la quijada y emergió por el cráneo. Tras ese instante abrió los ojos y sacó
el rastrillo de la mandíbula dejando caer el cadáver. Ahora más tranquilo
consiguió abrir la escopeta y la cargó poniéndole posteriormente el seguro para
no herirse en caso de algún fallo en el arma. Después siguió recogiendo la
munición esparcida por el suelo hasta que aparentemente no se observaba ninguna
bala más en el piso. Hecho esto, se ató la escopeta a la espalda y se armó con
el rastrillo y cogió una tapa de plástico de un cubo de basura para usarla como
escudo. Salió de la cochera, cerró la puerta con llave y observó a izquierda y
derecha que no hubiese ningún infectado más y se dispuso a bajar la cuesta por
la que había subido anteriormente. Ahora se dirigía con cautela a la casa de
sus amigas para sacarlas de allí mientras iba pensando que lo realmente
desagradable de aquella situación era matar a gente cercana aunque sólo la
conociera de vista.
Para llegar a casa de sus
amigas, Perla y Dana, sólo debía continuar una breve calle y bajar una cuesta.
El muchacho iba observando en cada rincón que no hubiese ninguna amenaza y
finalmente llegó a la entrada de la casa de las chicas que buscaba. La puerta
estaba entornada, así que abrió con sigilo y vio cómo uno de esos seres se
tiraba sobre él recibiendo un golpe en la cabeza al chocar con el suelo,
envolviendo su visión en la oscuridad…
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