viernes, 1 de noviembre de 2013

"Tierra muerta: Génesis" - Capítulo 1

    Noah no había regresado a su pueblo desde hacía unos siete meses y ahora, con la Semana Santa de por medio, podía aprovechar la ocasión y retornar al lugar de nacimiento de sus abuelos. Mientras iba conduciendo por la carretera atravesando el atardecer, pensaba en sus asuntos del día a día: su familia, sus recados, su perra, la universidad...

    Noah había nacido en el seno de una familia humilde y trabajadora. A pesar de su origen pueblerino, su familia había logrado ahorrar el suficiente capital para poderse permitir ciertas comodidades. Él vivía en una ciudad cercana a la capital con sus abuelos, su hermano mayor y su perra. Sus padres murieron en un accidente de avión cuando él era un bebé. Mientras iba rememorando de todas las cosas que había hecho la semana anterior y de las que las tenía que preparar y realizar para la posterior observaba el rubio y dorado paisaje que bañaba su tierra, de la cual, a pesar de no haber nacido allí, se sentía parte de ella.

    El chaval de diecinueve años cambió la dirección del vehículo para dirigirse a un desvío el cual daba a otra carretera mucho menos transitada y mucho más descuidada que le llevaría a la población que se escondía entre los bosques, campos y montañas. La calzada comenzaba a descender en altitud para adentrarse en el escarpado valle que abrazaba al pueblo. Mientras conducía el todoterreno negro de sus abuelos tuvo que hacer una breve parada para no atropellar a una pareja de cervatillos que bebía agua en una charca.

    Siguió avanzando entre el bosque mientras observaba en repetidas ocasiones los árboles por si podía distinguir a través de la maleza algún simpático animalillo más. En uno de los vistazos de repente todo se tambaleó en el coche y por un momento perdió el control del vehículo, pero logró recuperarlo y quedar estacionado en mitad de la carretera en forma transversal. Noah, se tapó la cara espantado al pensar que había atropellado a algún corzo de una forma brutal por el sonido del golpe. En poco tiempo, aunque eterno para él, consiguió serenidad y echó un vistazo hacia la derecha del coche observando a lo que había atropellado. No… No podía ser… Noah abrió la boca conmocionado y comenzó a llorar, ¡había atropellado a una persona! El muchacho, siempre tan prudente, se vistió con el chaleco reflectante y tomó uno de los triángulos de señalización para avisar a alguien que circulase por la carretera. Primero fue hacia donde el cuerpo estaba tendido. De reojo miró el frontal de su coche y lo vio con manchas de sangre. Temiéndose lo peor se apuró más en llegar al accidentado. Allí se arrodilló ante él y lo volteó para verle la cara y reconocerle. ¡Era Henri, uno de los jóvenes del pueblo! Tendría alrededor de treinta y pocos y era hijo de uno de los más influyentes. El joven se quedó paralizado por la gravedad de la situación y se lamentó por la familia del pobre chico y después pensó en lo que pasaría con él, pues ahora se había convertido en un asesino. ¿Qué sería de él? ¿Iría a la cárcel? ¿Sería desterrado de su propio pueblo? ¿Qué debía hacer?

    En aquel lugar no había cobertura para el teléfono móvil y no podía dejar el cuerpo allí. Meditó con rapidez y decidió que lo mejor sería montarlo en el coche y llegar a la ciudad principal de aquella provincia para acudir al hospital y que lo atendiesen, aunque no mostraba ningún signo vital y la capital quedaba a una hora en coche. Alzó al muchacho para llevarlo al vehículo, pero de repente comenzó a pesar demasiado y se dio cuenta de que el atropellado se estaba abalanzando sobre él. Noah cayó al suelo bajo aquella fiera que parecía persona y veía como quería lanzarle bocados al cuerpo. El joven lo mantenía sobre él, distante para que no le hiciese daño alguno. Desesperado por la situación el chico consiguió agarrar uno de los triángulos de emergencia que había dejado al lado de donde había estado tendido el cuerpo y golpeó a Henri en la cabeza con ello intentando dejarlo inconsciente hasta que comenzó a sangrar y a se debilitó su ataque. Finalmente quedó inerte sobre él y Noah se desprendió del cuerpo dejándolo de nuevo en la carretera. El joven corrió de nuevo hacia el coche y se montó en él, arrancándolo y maniobrando poniendo dirección al pueblo para estar a salvo de lo que fuese que hubiera ocurrido. Mientras se alejaba miraba por el espejo retrovisor interior el yacido cuerpo del hombre o lo que fuese.

    Tras perderlo de vista se miró a sí mismo y se limpió la sangre de la cara y las lágrimas con la manga de la cazadora. Siguió conduciendo y descendiendo por el valle hasta llegar a una extensa vega. Antes de  volver a bajar otra cuesta se topó con un grupo de gente que parecía estar emigrando debido a la gran cantidad de provisiones que llevaban. Noah se dio cuenta de que eran sus vecinos de la pequeña aldea y frenó el ritmo de la marcha. Todos se detuvieron alrededor del coche y el joven bajó la ventanilla.
    —¿A dónde vais? — Preguntó al aire esperando una respuesta de cualquiera de ellos.
    —¡No vayas al pueblo! ¡Está infestado! ¡Una enfermedad! — Gritó una de las mujeres.
    —¡Tranquilízate, María! — Le ordenó un señor mayor del grupo. — No sabemos lo que está pasando, la gente se está volviendo loca y no atiende a razones y parece que esa locura es contagiosa. Unos pocos hemos salido del pueblo, otros pocos sanos se han quedado allí negándose a abandonarlo y haciendo frente a los contagiados. Son como inmortales, sólo se les puede matar destrozando su cabeza. Ahora vamos a un campamento temporal un poco más arriba donde nos esperan con coches para marchar lejos de aquí. Deberías marcharte si quieres sobrevivir...
    —¡Noah! — Interrumpió una mujer al anciano. Era la madre de dos amigas del muchacho a las cuales conocía desde la infancia y eran grandes amigos. — ¡Mis hijas aún siguen en el pueblo, se han negado a abandonarlo por ayudar! ¡Me obligaron a marchar para estar a salvo!¡Por favor tienes que ir y traerlas! ¡Te lo suplico! — Le rogó la mujer al joven.
    —¡Apartaos! — Ordenó Noah tras pensar unos instantes. La gente se hizo a los lados de la carretera y el chico aceleró poniendo rumbo al pueblo. En su cabeza había debatido entre desentenderse del tema o meterse de lleno. Si se metía de lleno sabía que no iba a parar hasta dar con el meollo del asunto. Por un momento pensó en dar marcha atrás pero pensó en acelerar sin que le diese tiempo a reflexionar sobre lo que iba a hacer y fue así cómo tomó la decisión, quién sabe si precipitada, acertada o errónea.

    Al llegar al cartel que indicaba el comienzo civil de la pedanía redujo la velocidad considerablemente y estacionó. Bajó del coche y cerró los seguros. Subió una cuesta de tierra la cual daba a una era en donde su abuelo tenía una cochera donde había almacenado todo tipo de herramientas, utensilios y recuerdos. Noah tuvo que hacer un poco de fuerza para conseguir abrir la puerta metálica que daba paso a la estancia. Todo estaba en penumbra, un par de rayos de sol que penetraban por los ventanucos atravesando el polvo en suspensión permitían una visión clara aunque no conseguía romper de todo la oscuridad. Allí pudo localizar la escopeta de perdigones sobre un banco de trabajo, la cual usaba su abuelo para cazar pequeños animales en sus años de juventud. Sacó las llaves de su casa que incluía una linternita como llavero, la cual prendió y después abrió la escopeta para comprobar si estaba cargada. Suspiró al ver que no tenía ningún perdigón y enfocó con el haz de luz al armario revestido de chapa que había en la pared norte de la cochera. Lo abrió y buscó con la mirada la pequeña y redonda caja donde se encontraría la munición. Movió un par de cajas y allí encontró el recipiente. De repente se escuchó un disparo que venía de algún lugar del pueblo o sus cercanías. Esto hizo que a Noah se le resbalase de las manos el recipiente dejándose escuchar un pequeño estruendo metálico y esparciéndose gran parte de los perdigones por el suelo. Pensó que por lo menos había alguien con vida en la zona, de momento, y se agachó para recoger la munición que le fuese visible en aquel cuarto oscuro. De repente escuchó unas pisadas y se detuvo en su labor poniendo más atención al sonido. Se escuchaban pasos lentos que cada vez se apreciaban más cercanos y el joven agarró el arma de fuego. Por la puerta apareció una persona que caminaba bastante raro y emitía unos sonidos y gemidos muy extraños, estaba claro que eso ya no era humano porque tenía el mismo aspecto que Henri. El chico intentó abrir la escopeta pero se había atascado. El ser se abalanzó con gran ansia hacia donde él se encontraba y afortunadamente pudo esquivarlo haciendo que se estampase contra el banco de trabajo. El joven miró a su alrededor algo que le pudiese servir para defenderse y en una pared vio colgado un rastrillo, así que se aproximó velozmente hacia él, lo cogió y al darse la vuelta, lo que quiera que fuese eso, ya se encontraba en disposición de atacar y volvió a lanzarse sobre él. Noah con un acto reflejo situó el rastrillo delante de él y por fortuna la herramienta de campo se clavó en el ser por la parte de debajo de la mandíbula atravesándole la cabeza de abajo a arriba. El chico cerró los ojos para no ver la escena violenta y por el desagradable sonido que hizo cuando el metal entró por la quijada y emergió por el cráneo. Tras ese instante abrió los ojos y sacó el rastrillo de la mandíbula dejando caer el cadáver. Ahora más tranquilo consiguió abrir la escopeta y la cargó poniéndole posteriormente el seguro para no herirse en caso de algún fallo en el arma. Después siguió recogiendo la munición esparcida por el suelo hasta que aparentemente no se observaba ninguna bala más en el piso. Hecho esto, se ató la escopeta a la espalda y se armó con el rastrillo y cogió una tapa de plástico de un cubo de basura para usarla como escudo. Salió de la cochera, cerró la puerta con llave y observó a izquierda y derecha que no hubiese ningún infectado más y se dispuso a bajar la cuesta por la que había subido anteriormente. Ahora se dirigía con cautela a la casa de sus amigas para sacarlas de allí mientras iba pensando que lo realmente desagradable de aquella situación era matar a gente cercana aunque sólo la conociera de vista.

    Para llegar a casa de sus amigas, Perla y Dana, sólo debía continuar una breve calle y bajar una cuesta. El muchacho iba observando en cada rincón que no hubiese ninguna amenaza y finalmente llegó a la entrada de la casa de las chicas que buscaba. La puerta estaba entornada, así que abrió con sigilo y vio cómo uno de esos seres se tiraba sobre él recibiendo un golpe en la cabeza al chocar con el suelo, envolviendo su visión en la oscuridad…


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© Estrada Martínez, J. J. 2013

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